Obispo
Martirologio Romano: En Sevilla, en Hispania, san Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que con su predicación y diligencia convirtió, contando con la ayuda de su rey Recaredo, a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica (c. 600).
San Leandro de Sevilla
Uno de los célebres prelados hispalenses
Amigo y confidente del Papa San Gregorio Magno, ejerció un papel primordial en la conversión de los visigodos arrianos que dominaron España en el siglo VI
A pesar de tratarse de un gran santo no se conoce ninguna biografía antigua de San Leandro; como sucede, por lo demás, con la de muchos de sus contemporáneos. Los datos sobre él son tomados de los escritos de su hermano San Isidoro, de San Gregorio Magno y de San Gregorio de Tours.
Del siglo III al V, la península ibérica fue el blanco de diversos invasores bárbaros germánicos —vándalos, suevos y alanos—, cuya población superó a la hispanoromana. En el segundo cuarto del siglo V, venciendo a otros pueblos, los suevos conquistaron gran parte de España.
Para recuperar el dominio perdido, Honorio, emperador del Imperio Romano de Occidente, pidió al rey visigodo de Toulouse, Francia, que defendiera sus derechos frente a los invasores. Así, el año 416, los visigodos penetraron en España como aliados de Roma, derrotando a los suevos, que se refugiaron en el noroeste del país.
Años más tarde, derrotados por los francos en 507, los visigodos de Francia pasaron en masa a España, donde establecieron su reino. En 526 su capital era Sevilla; después pasó a ser Toledo.
En un país dominado en gran medida por los visigodos arrianos heréticos, nació San Leandro alrededor del año 520 en la ciudad de Cartagena. Siendo el primogénito de cuatro hermanos, todos santos: San Fulgencio, obispo de Écija, San Isidoro, que sucedió a Leandro en la sede episcopal de Sevilla, y Santa Florentina, abadesa, que dirigía cuarenta monasterios y mil monjas.
San Leandro era hijo de Severiano, gran señor que algunos dicen era de origen visigodo, pero por su nombre y los de sus hijos es más probable que fuera hispano-romano. Severiano dio tan esmerada educación a su prole, que todos sus hijos fueron grandes luminarias de la Península de aquella época.
Separado del claustro para convertirse en arzobispo de Sevilla
Aunque sus éxitos en los estudios podrían haberle destinado a una carrera brillante, San Leandro decidió hacerse monje, como casi todos los grandes santos de aquel siglo. Entró entonces en un monasterio sevillano.
Pero no pudo gozar por mucho tiempo de la paz del claustro, pues la fama de su santidad y erudición ya lo habían vuelto conocido de los fogosos sevillanos, que por el año 578 fueron a buscarlo para que ocupara la sede arzobispal de Sevilla, entonces vacante.
En ese último cuarto del siglo VI la monarquía visigoda se había fortalecido en España. Decidido y emprendedor, el rey Leovigildo (573-586) consolidó tal fortalecimiento por medio de importantes conquistas.
En 585, el martirio de San Hermenegildo
Para afianzar su poder, Leovigildo mandó a su hijo y heredero Hermenegildo a representarlo en la antigua capital, Sevilla. Aunque era arriano como su padre, el príncipe se había casado con Ingunda, hija del rey de Austrasia, que era firmemente católica.
Bajo la influencia de su piadosa esposa y de San Leandro, Hermenegildo acabó convirtiéndose a la fe católica. Y con tal radicalidad, que se volvió un campeón de la ortodoxia.
Durante la dominación visigoda en España, que duró más de dos siglos, reinaba la persecución religiosa, pues sus dominadores, como hemos señalado, eran herejes arrianos. La fe católica fue perseguida en aquellas tierras como nunca lo había sido antes. Así, “gran milagro, sin duda, que el odio sectario de los conquistadores no lograse vencer la constancia de los católicos y que España toda no se viese arrastrada a una apostasía general. La herejía no logró sino aumentar el número de mártires”, entre ellos un santo abad, Vicente, con doce de sus monjes.
Leovigildo, cuya ambición era que toda España fuese arriana, no pudo soportar la defección de su hijo. Y como éste se negó a ir a Toledo para excusarse, le declaró la guerra. Este padre desnaturalizado derrotó a su hijo en combate y lo encarceló. Después, como Hermenegildo se rehusó a recibir la comunión de manos de un obispo arriano en la ceremonia de Pascua, mandó decapitarlo el día 13 de abril de 585.
San Leandro exiliado en Constantinopla
Leovigildo continuó persiguiendo rudamente a los católicos y desterrando a muchos de ellos. Por eso mismo expatrió de su reino a algunos obispos, entre ellos a San Leandro, que se fue a Constantinopla, como a su hermano San Fulgencio. Pero no quedaron ahí sus afrentas a la religión verdadera: Leovigildo se apoderó de las rentas de las iglesias, anuló los privilegios de los eclesiásticos y ejecutó a muchos católicos eminentes, para apoderarse de sus patrimonios.
San Gregorio Magno ofrece sus comentarios sobre el Libro de Job (Moralia) al obispo San Leandro
Desde su exilio en Constantinopla, San Leandro no cesaba de luchar contra los herejes. Escribió dos tratados sobre los errores de los arrianos y los hizo difundir por toda España. Escribió también un tratado para su hermana Santa Florentina, De institutione virginum et contemptu mundi (De la institución de las vírgenes y del desprecio del mundo), “tan bello, tan original, tan natural y enjundioso en su contenido, tan férvido y puro en su lenguaje, que puede considerarse como uno de los frutos más sazonados de la literatura ascética”.
Jugando con el nombre de su madre —Turtur (tórtola, en latín), que también había terminado su vida en el claustro se dirige así a su querida hermana: “No quieras irte del tejado en donde la tórtola tiene sus pequeñuelos. Eres hija de la inocencia, del candor, tú precisamente que tuviste a la tórtola por madre. Pero ama mucho más a la Iglesia, tórtola mística que todos los días te engendra para Cristo. Descanse tu ancianidad en su seno, como antaño descansabas y tu ardor mecías en el regazo de la que cuidó tu infancia”.
La amistad entre dos luminarias de la Iglesia
En Constantinopla, San Leandro se unió por una estrecha amistad al futuro San Gregorio Magno, gloria de la Iglesia y del papado, que era entonces embajador del Papa Pelagio II en la corte bizantina. Fue a pedido de San Leandro que San Gregorio escribió sus “Morales”, o Expositio in librum Job sive Moralium libri, una serie de disertaciones sobre el Libro de Job.
Cuando los dos amigos regresaron a sus respectivos países, siguieron comunicándose a través de una frecuente correspondencia. Así, ocupando ya el solio pontificio, San Gregorio le escribe a San Leandro: “Ausente de cuerpo, estáis siempre presente a mis ojos. […] Mi carta es muy corta. Ella os hará ver a qué punto estoy aplastado por los procesos y tempestades de mi Iglesia, porque tan poco escribo a quien más admiro en este mundo”.
“Produjo por toda España una floración de fe”
Sin embargo, el año 588, Leovigildo fue aquejado por una enfermedad mortal. Arrepentido de todo lo que hiciera, mandó llamar a los obispos del exilio, entre ellos a San Leandro, a quien hizo guía de su hijo y sucesor, Recaredo. Algunos afirman que aquel rey, “grande hasta en sus extravíos”, habría abjurado de la herejía en su lecho de muerte. No obstante, San Gregorio Magno afirma que el rey, “por acomodarse al tiempo, y por miedo de sus vasallos, no abrazó la verdad católica con las obras, como la conocía con el corazón”. Y así murió.
La sangre de San Hermenegildo no fue derramada en vano, pues su hermano Recaredo y todos sus vasallos abjuraron del arrianismo, abrazando la fe católica. Y “produjo por toda España una floración de fe, una epifanía de vida católica, que estalló delirante en el tercer concilio de Toledo. Era el 4 de mayo del año 589; una de las fechas más gloriosas de la Historia de España”. A tal concilio comparecieron todos los obispos sometidos a la autoridad de Recaredo, o sea, de España y de la Galia Narbonense, haciendo un total de 78 prelados.
En el discurso de clausura de la asamblea conciliar, San Leandro —quien, como legado del Papa, fue su alma— exclamó: “Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia. ¡Regocíjate, santa Iglesia de Dios! Sabiendo cuán dulce es la caridad y cuán agradable la unidad, tú no predicas sino la alianza de las naciones, no suspiras sino por la unidad de los pueblos. El orgullo ha dividido las razas con la diversidad de las lenguas; es menester que la caridad los vuelva a unir. […] Alégrate y regocíjate, Iglesia de Dios, que formas un solo cuerpo con Cristo; vístete de fortaleza, llénate de júbilo, porque han cesado tus lágrimas, has logrado tus deseos, has depuesto los vestidos de luto; entre gemidos y oraciones concebiste, y después de los hielos, las lluvias y las nieves, contemplas en dulce primavera los campos llenos de flores y pendientes de la vid los racimos. […] Gemíamos cuando nos oprimían; pero aquellos gemidos son hoy nuestra corona”.
“Así se efectuó en la Península, bajo los auspicios de un gran Papa y de un gran obispo, los dos monjes y amigos, el triunfo de esa ortodoxia de la cual el pueblo español fue, durante diez siglos, el paladín, y de la cual él guardó, hasta en el seno de su decadencia, el instinto y la tradición”. Los historiadores consideran que después de esa conversión la cultura visigoda alcanzó su cenit en España.
“Hombre de suave elocuencia y eminente talento”
Hermano y sucesor de San Leandro en la sede episcopal de Sevilla, de él escribió San Isidoro: “Este hombre de suave elocuencia y talento eminente, brilló de un modo especial por sus virtudes y por su doctrina. Por su fe y celo, el pueblo visigodo fue convertido del arrianismo a la fe católica”.
Reliquias de San Leandro
Como San Gregorio Magno, en sus últimos días, San Leandro padeció terriblemente a causa de la gota. Por entonces, se dirige al Sumo Pontífice en los siguientes términos: “Escríbame vuestra santidad, si la gota le aflige; y yo tengo tan continuos dolores de ella, que estoy muy debilitado y casi consumido. Pero fácilmente nos consolaremos, si entre los azotes de Dios nos acordáremos de nuestros pecados; y entendiéremos, que no son azotes sino dones del Señor, para que paguemos los deleites de la carne con los dolores de la carne”.12San Leandro murió octogenario, el día 27 de febrero del año 603. Después de numerosas traslaciones, su cuerpo fue finalmente inhumado en la Catedral de Sevilla, donde reposa junto al cuerpo del inmortal rey San Fernando III, que reconquistó esa ciudad del poder de los moros.
Fuente: Tesoros de la Fe
Sevilla tiene motivos para mostrar orgullo con un santo así ¿verdad? Hay quien afirma que los santos pertenecen a todos y posiblemente no les falte razón, pero ¿no podrán pertenecer a algunos un poco más? (Catholic.net)
Primero: desconocía la existencia de este santo. Segundo:Vaya lección de historia de mi pais que me has dado, la desconocía.
ResponderEliminarGracias
Un abrazo
Hola Jesús. España esconde tesoros de la cristiandad, no solo en lugares y reliquias, sino en sus santos, por lo visto.
ResponderEliminarUn abrazo.