martes, 1 de noviembre de 2022

1º de noviembre: Solemnidad de Todos los Santos

 



Solemnidad de Todos los Santos, 1 Nov

Conmemoración de los Difuntos, 2 Nov

Padre Jordi Rivero

Ver también aclaración sobre Halloween


Para comprender el significado de la solemnidad de los santos y la conmemoración de los difuntos hay que saber que existen tres estados en la Iglesia:

1- La iglesia peregrina en la tierra. En ella estamos nosotros hasta el día de nuestra muerte.
2- La iglesia purgante (en el purgatorio), la componen los difuntos que necesitan aun purificación antes de entrar en el cielo. Por ellos oramos el día de los difuntos, el 2 de Noviembre, para que pronto vayan al cielo. (no rezamos por los que están en el infierno porque su condena es irreversible)
3- la iglesia triunfante, ya glorificada en el cielo. A ellos los santos honramos el 1 de Noviembre.

Solemnidad de Todos los Santos
Del Oficio Divino de hoy: Apresurémonos hacia los hermanos que nos esperan, San Bernardo, abad

Durante todo el año celebramos la fiesta de muchos santos famosos. Pero la Iglesia ha querido recordar que en el cielo hay innumerables santos que no cabrían en el calendario. Por eso nos regala esta solemne fiesta de Todos los Santos que abarca a todos nuestros hermanos que ya están en el cielo. Multitudes de santos desconocidos por nosotros pero amadísimos de Dios. Entre ellos pueden haber familiares nuestros, amigos, vecinos...

Universal vocación a la santidad en la Iglesia
La fiesta de Todos los Santos no es solo para recordar sino también una llamada a que vivamos todos nuestra vocación a la santidad, cada uno según su propio estado de vida (como solteros, casados, viudos, consagrados, etc.). El capítulo V de la Constitución Dogmática "Lumen Gentium" (Concilio Vaticano II), lleva por título "Universal vocación a la santidad en la Iglesia". Dios nos creó para que seamos santos. Según Benedicto XVI, "El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo".

Historia
Desde la Iglesia primitiva, los cristianos siempre hemos venerado a los mártires por su virtud heroica. Al guardar en nuestros corazones sus memorias y su ejemplo, nos animan a vivir también nosotros la radicalidad del Evangelio. Es por ello que se guardan sus reliquias. Estas pueden ser partes de sus cuerpos o de sus ropas u otros artículos asociados con ellos. En la Biblia leemos que los cristianos guardaban hasta las ropas y pañuelos que San Pablo hubiese tocado (Hechos 19,12).

Durante la persecución de Diocleciano (284-305) hubieron tantos mártires que no se podían conmemorar todos. Así surgió la necesidad de una fiesta en común la cual se comenzó a celebrar, aunque en diferentes fechas, a partir del siglo IV.  

La Roma pagana observaba el fin del año el 21 de febrero con una fiesta llamada Feralia, para darle descanso y paz a los difuntos. Se rezaba y hacían sacrificios por ellos. Con la cristianización del imperio, los papas pudieron remplazar las prácticas paganas. El 13 de Mayo de 609 o 610, el Papa Bonifacio IV consagró el Panteón Romano (donde antes se  honraba a dioses paganos) para ser templo de la Santísima Virgen y de todos los Mártires. Fue así que se comenzó la fiesta para todos los santos. Gregorio III (731-741) la transfirió al 1ro de Noviembre. Gregorio IV (827-844) extendió esta fiesta a toda la Iglesia.

Los Ortodoxos griegos celebran a todos los santos el primer domingo después de Pentecostés

Hoy es necesario renovar la Solemnidad de Todos los Santos. Si no la vivimos, fiestas paganas, como Halloween, tomarán su lugar.  
 


S.S. Benedicto XVI sobre el día de todos los santos, 2007

El cristiano, «ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente».

Advirtió ante el peligro de caer en un equívoco: «A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más, podríamos decir, de cada hombre!».

«Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados»

«todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos tienen que llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad».

«Dios les invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El “Camino” es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre si no por Él», aclaró.

S.S. Benedicto XVI sobre el día de todos los santos, 2006

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la solemnidad de todos los santos y mañana conmemoraremos a los fieles difuntos. Estas dos celebraciones litúrgicas, muy queridas, nos ofrecen una oportunidad singular para meditar en la vida eterna. El hombre moderno, ¿sigue esperando esta vida eterna o considera que pertenece a una mitología ya superada?

En nuestro tiempo, más que en el pasado, vivimos tan absorbidos por las cosas terrenales, que en ocasiones es difícil pensar en Dios como protagonista de la historia y de nuestra misma vida.

La existencia humana, sin embargo, por su naturaleza, está orientada hacia algo más grande, que le trasciende; en el ser humano no se puede suprimir el anhelo por la justicia, la verdad, la felicidad plena.

Ante el enigma de la muerte, muchos sienten el deseo y la esperanza de volver a encontrar en el más allá a sus seres queridos. Y es fuerte también la convicción de un juicio final que restablezca la justicia, la espera de un esclarecimiento definitivo en el que a cada quien se le dé lo que le corresponde.

Ahora bien, para nosotros, los cristianos, «vida eterna» no sólo indica una vida que dura para siempre, sino también una nueva calidad de la existencia, sumergida plenamente en el amor de Dios, que libera del mal y de la muerte y nos pone en comunión sin fin con todos los hermanos y hermanas que participan en el mismo Amor. La eternidad, por tanto, puede estar ya presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, se une a Dios, su fundamento último. Todo pasa, sólo Dios no cambia. Un Salmo dice: «Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre!» (Salmo 72/73,26). Todos los cristianos, llamados a la santidad, son hombres y mujeres que viven firmemente aferrados a esta «Roca», tienen los pies en la tierra, pero el corazón ya está en el Cielo, morada definitiva de los amigos de Dios.

Queridos hermanos y hermanas: Meditemos en estas realidades con el espíritu dirigido a nuestro destino último y definitivo, que da sentido a las situaciones diarias. Renovemos el gozoso sentimiento de la comunión de los santos y dejémonos atraer por ellos hacia la meta de nuestra existencia: el encuentro, cara a cara, con Dios. Recemos para que ésta sea la herencia de todos los fieles difuntos, no sólo de nuestros seres queridos, sino también de todas las almas, especialmente de las más olvidadas y necesitadas de la misericordia divina.

Que la Virgen María, Reina de todos los santos, nos guíe para escoger en todo momento la vida eterna, la «la vida del mundo futuro», como decimos en el «Credo»; un mundo que ya ha sido inaugurado por la resurrección de Cristo y cuya llegada podemos apresurar con nuestra conversión sincera y con las obras de caridad.

La Solemnidad

La Iglesia nos manda echar en este día una mirada al cielo, que es nuestra futura patria, para ver allí con San Juan, a esa turba magna, a esa muchedumbre incontable de Santos, figurada en esas series de 12,000 inscritos en el Libro de la Vida, - con el cual se indica un número incalculable y perfecto, - y procedentes de Israel y de toda nación, pueblo y lengua, los cuales revestidos de blancas túnicas y con palmas en las manos, alaban sin cesar al Cordero sin mancilla. Cristo, la Virgen, los nueve coros de ángeles, los Apóstoles y Profetas, los Mártires con su propia sangre purpurados, los Confesores, radiantes con sus blancos vestidos, y los castos coros de Vírgenes forman ese majestuoso cortejo, integrado por todos cuantos acá en la tierra se desasieron de los bienes caducos y fueron mansos, mortificados, justicieros, misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos por Cristo. Entre esos millones de Justos a quienes hoy honramos y que fueron sencillos fieles de Jesús en la tierra, están muchos de los nuestros, parientes, amigos, miembros de nuestra familia parroquial, a los cuales van hoy dirigidos nuestros cultos. Ellos adoran ya al Rey de reyes y Corona de todos los Santos y seguramente nos alcanzarán abundantes misericordias de lo alto.

Esta fiesta común ha de ser también la nuestra algún día, ya que por desgracia son muy contados los que tienen grandes ambiciones de ser santos, y de amontonar muchos tesoros en el cielo. Alegrémonos, pues, en el Señor, y al considerarnos todavía bogando en el mar revuelto, tendamos los brazos, llamemos a voces a los que vemos gozar ya de la tranquilidad del puerto, sin exposición a mareos ni tempestades. Ellos sabrán compadecerse de nosotros, habiendo pasado por harto más recias luchas y penalidades que las nuestras. Muy necios seríamos si pretendiéramos subir al cielo por otro camino que el que nos dejó allanado Cristo Jesús y sus Santos.



Los Santos

La Sagrada Biblia llama "Santo" a aquello que está consagrado a Dios. La Iglesia Católica ha llamado "santos" a aquellos que se han dedicado a tratar de que su propia vida le sea lo más agradable posible a Nuestro Señor.

Hay unos que han sido "canonizados", o sea declarados oficialmente santos por el Sumo Pontífice, porque por su intercesión se han conseguido admirables milagros, y porque después de haber examinado minuciosamente sus escritos y de haber hecho una cuidadosa investigación e interrogatorio a los testigos que lo acompañaron en su vida, se ha llegado a la conclusión de que practicaron las virtudes en grado heroico.

Para ser declarado "Santo" por la Iglesia Católica se necesita toda una serie de trámites rigurosos. Primero una exhaustiva averiguación con personas que lo conocieron, para saber si en verdad su vida fue ejemplar y virtuosa. Si se logra comprobar por el testimonio de muchos que su comportamiento fue ejemplar, se le declara "Siervo de Dios". Si por detalladas averiguaciones se llega a la conclusión de que sus virtudes, fueron heroicas, se le declara "Venerable". Más tarde, si por su intercesión se consigue algún milagro totalmente inexplicable por medios humanos, es declarado "Beato". Finalmente si se consigue un nuevo y maravillosos milagro por haber pedido su intercesión, el Papa lo declara "santo".

Para algunos santos este procedimiento de su canonización ha sido rapidísimo, como por ejemplo para San Francisco de Asís y San Antonio, que sólo duró 2 años. Poquísimos otros han sido declarados santos seis años después de su muerte, o a los 15 o 20 años. Para la inmensa mayoría, los trámites para su beatificación y canonización duran 30, 40,50 y hasta cien años o más. Después de 20 o 30 años de averiguaciones, la mayor o menor rapidez para la beatificación o canonización, depende de que obtenga más o menos pronto los milagros requeridos.

Los santos "canonizados" oficialmente por la Iglesia Católica son varios millares. Pero existe una inmensa cantidad de santos no canonizados, pero que ya están gozando de Dios en el cielo. A ellos especialmente está dedicada esta fiesta de hoy.

La Santa Biblia afirma que al Cordero de Dios lo sigue una multitud incontable.

En el cielo están San Chofer de bus y Santa Lavandera de ropa. San Mensajero y Santa Secretaria. Santa Madre de familia y San Gerente de Empresa. San Obrero de construcción y San Agricultor. San Colegial y Santa Estudiante. Santa Viuda, Santa Solterona, Santa Niña y Santa Anciana. San Sacerdote, San Obispo, San Pontífice, San Limosnero, San Celador, Santa Cocinera, San Arrendatario y San Millonario, y muchos más que amaron a Dios y cumplieron sus deberes de cada día.

Señor Jesús: que cada uno de nosotros logremos formar también parte un día en el cielo para siempre del número de tus santos, de los que te alabaremos y te amaremos por los siglos de los siglos. Amén.

Esta es la voluntad de Dios: Que lleguemos a la santidad.

Fuente: Corazones.org 

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