domingo, 19 de enero de 2025

Las bodas de Caná


EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN

Capítulo 2

1 Y al día tercero se celebraron unas 

bodas en Caná de Galilea, y estaba 

allí la madre de Jesús.

2 Fueron también invitados a las 

bodas Jesús y sus discípulos.

3 Y como faltase el vino, dice a 

Jesús su madre: "No tienen vino".

4 Y le dice Jesús: "¿Qué tenemos que

ver tú y yo, mujer? Todavía no ha 

llegado mi hora.

5 Dice su madre a los que servían: 

"Todo cuanto él os diga, hacedlo.

6 Había allí seis hidrias de piedra, 

destinadas a la purificación de los 

judíos, cada una de las cuales podía 

contener de dos a tres metretas.

7 Díceles Jesús: "Llenad de agua las 

hidrias". Y las llenaron hasta arriba.

8 Y les dice: "Sacad ahora y llevadlo 

al maestresala".  Y lo llevaron.

9 Mas cuando gustó el maestresala 

el agua hecha vino —y no sabía 

de dónde era, pero sabíanlo los 

que servían, que habían sacado 

el agua—, llama al esposo el 

maestresala 10  y le dice:

 "Todo hombre pone primero el buen 

vino, y cuando están ya bebidos, 

pone el peor; tú has reservado el vino 

bueno hasta ahora.

11 Este que fue el principio de los 

milagros hízolo Jesús en Caná de 

Galilea, 

y manifestó su gloria y creyeron 

en él sus discípulos.

REFLEXIÓN
 Hoy, mientras continuamos en la temporada de Epifanía, se nos presenta la historia del primer milagro de Jesús. A primera vista, es una historia muy bonita sobre una boda, y sobre cómo evitar un paso en falso social : quedarse sin vino en medio de una gran fiesta. Pero, como es típico de San Juan Evangelista, la historia no se registra por su valor sentimental o de entretenimiento, sino por su significado teológico. Esta historia es una “señal”, un símbolo, una revelación, una epifanía que nos muestra a Dios trabajando en nuestro mundo, enseñándonos lecciones importantes sobre Dios y sobre nosotros mismos.

Podemos decir con razón que algo es milagroso cuando está fuera del orden natural de las cosas, y que la ruptura del orden natural sólo puede atribuirse a Dios. Además, los milagros siempre tienen un propósito divino; se producen para cumplir la voluntad de Dios. Muchas veces un milagro es una manera de mostrarnos en un pequeño cuadro lo que no logramos ver en el cuadro general. Como nos recuerda San Agustín, tal vez sólo nos parezca extraño el acto de Jesús de convertir el agua en vino, porque no logramos ver ni apreciar la espectacular cadena de acontecimientos que hacen que las vides crezcan, las uvas maduren y el jugo fermente para convertirse en vino. En Caná, Jesús nos recordó que sólo por el cuidado y el poder de Dios se pueden realizar estas cosas en cualquier momento. Del mismo modo, no debería ser necesario curar a los enfermos o resucitar a los muertos para recordarnos que Dios es la fuente de toda vida y salud. Pero a veces necesitamos que nos sacudan y despierten, y por eso los milagros nos recuerdan la gloria de Dios; nos alientan a ver las cosas como son y a esperar que vengan cosas mayores.

A continuación, para entender el significado de esta señal, necesitamos entender el significado de algunas de las cosas mencionadas en la historia. El agua que Jesús transforma no es cualquier agua, sino agua almacenada para los lavados rituales prescritos por la Ley del Antiguo Testamento. Esta agua es simbólica de la Antigua Ley, de la antigua manera de hacer las cosas. Incluso el número de jarras es significativo; el número siete significaba completitud o perfección en los escritos judíos y cristianos primitivos, por lo que la presencia de seis jarras nos dice que la antigua manera de hacer las cosas es incompleta e imperfecta. La cantidad de vino resultante también es significativa; el grupo pasó de no tener vino (una vergonzosa violación de la hospitalidad) a tener entre 120 y 180 galones (más de lo que posiblemente podrían usar), además de que era vino de la más alta calidad. Varios de los profetas del Antiguo Testamento habían usado la imagen de una superabundancia de vino para describir cómo sería la vida cuando llegara el Mesías. Al transformar el agua del Antiguo Testamento en el vino nuevo de Cristo, se nos dice que la vieja era ha pasado y que el reino de Dios ha llegado.

El contexto de este milagro, de esta revelación, es también muy apropiado; esta señal tiene lugar en una fiesta, en un banquete, en una boda. Es un anticipo del banquete celestial de las bodas entre el Cordero y su esposa, la Iglesia, que San Juan registra en su Apocalipsis. La pareja de novios aquel día en Caná tal vez no se dio cuenta de que Jesús estaba trabajando para arreglar las cosas, pero estaba allí bendiciéndoles con su presencia y ayudándoles a empezar con buen pie. Del mismo modo, en todos los matrimonios cristianos, Dios está ahí para ayudar, bendecir, arreglar las cosas, cuando se lo permitimos. En un matrimonio cristiano haremos lugar para Dios, le escucharemos, oraremos por nuestros cónyuges y por nuestro matrimonio, haremos lo que Cristo nos diga que hagamos.

El día en que se produjo el milagro también es importante; se nos dice que “al tercer día se hizo una boda…” Aquí Jesús es glorificado al tercer día, así como resucitó de entre los muertos al tercer día después de su crucifixión. Nada es superfluo o sin sentido en los escritos de San Juan. Juan usa esta historia para ayudar a explicar la gloria de Dios. Juan nos dice que en este milagro Jesús “manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él”. “Gloria” es un concepto bíblico muy importante; a veces se usa para referirse a la adoración. Darle gloria a Dios significa adorarlo recordando lo que ha hecho por nosotros, pero la mayoría de las veces el término “gloria” se usa para referirse a una revelación de la presencia de Dios, de darnos cuenta y saber que Dios está en medio de nosotros. A veces la gloria de Dios era muy obvia, como cuando la columna de fuego y nube iba delante de los israelitas durante el Éxodo o cuando el humo llenó el templo durante la visión de Isaías. Pero en los Evangelios, el término se reserva para la obra de Jesús, que lo reveló como Dios que obraba en medio de su pueblo. San Pablo también utilizó la palabra gloria para hablar de la vida resucitada que Dios quiere compartir con nosotros.

Hay otra lección muy importante que se nos revela en este pasaje. ¿Con qué frecuencia algo va mal en nuestras vidas, algo que no entendemos, algo que debe ser arreglado, pero no sabemos cómo? Miremos el ejemplo de la fe de María en Jesús en esta historia. Ella instintivamente se volvió hacia Él cuando algo iba mal; sabía que Él se ocuparía de ello. Ella no sabía lo que Él haría, pero confió en Él completamente, diciendo a los sirvientes: “hagan lo que Él les diga”. ¡Qué consejo tan maravilloso nos da! “Hagan lo que Él les diga” y todo estará bien. María tenía una fe que podía confiar, incluso cuando no entendía completamente. Ella sabía que si confiaba y seguía a su Hijo todo saldría bien. Su amor, su confianza, su fe la mantuvieron cerca de su Hijo, incluso durante la agonía de la Cruz. Que tengamos la fuerza para seguir su ejemplo y obedecer su dirección: “Hagan lo que Él les diga”.

Esta es la tercera gran Epifanía que la Iglesia nos recuerda en este tiempo: la llegada de los magos, el bautismo de nuestro Señor y hoy las bodas de Caná. En el evangelio de hoy, Cristo se revela como Dios a sus discípulos, a aquellos que habían elegido seguirlo tan sólo dos días antes. Vieron su autoridad, incluso sobre los elementos de la creación. Lo vieron transformar el agua en vino, vino nuevo, mejor que el viejo que había pasado. Este fue el primero de los siete grandes signos que registra San Juan, signos que muestran quién es Jesús y cómo el reino de Dios está en medio de nosotros. Estos signos muestran que en el reino de Dios hay una sobreabundancia de todo lo que es bueno, y no hay pecado, ni sufrimiento, ni enfermedad, ni muerte, porque estas cosas no son parte de Dios. Y la vida en el Reino significa vida en comunión con Dios. Como Cristo una vez convirtió el agua en vino en una fiesta de bodas, ahora convierte el pan y el vino que ofrecemos en su propio Cuerpo y Sangre para alimentar a quienes lo seguirán. Y también debemos recordar una visión de otra boda al final de los tiempos, un matrimonio entre Cristo y su Iglesia, la esposa por la que dio su vida. En ese momento también habrá un banquete maravilloso, una gran fiesta a la que cada uno de nosotros está invitado a acudir.  Venid, preparemos ahora nuestros corazones, nuestros cuerpos y nuestras mentes para la Fiesta.

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