domingo, 5 de abril de 2020

La entrada de Jesús en Jerusalen

LA ENTRADA DEL SEÑOR EN JERUSALÉN


(Icono de Theofhanes de Creta. 1546. Monasterio Stavronikita del Monte Athos. Grecia.)



Texto bíblico: Mateo 21, 1-17


INTRODUCCIÓN

"Enterrados junto a Ti, oh Cristo Dios nuestro, mediante el bautismo, a través de Tu resurrección no hemos hecho dignos de la vida inmortal. Por ello ensalzando Te cantamos: Hosanna en lo más alto de los cielos, bendito Aquél que viene en el nombre del Señor". (Apolytikion y kontakion de la festividad).


La Fiesta

La primera noticia de la celebración de la Entrada de Jesús en Jerusalén nos llega por el Diario de Viaje de la peregrina Egeria, que se remonta a los años 381-384.



"...Cuando empieza la hora undécima se lee el texto evangélico en el los niños con ramos y con palmas van al encuentro del Señor, diciendo: Bendito Aquél que viene en el nombre del Señor...."

Desde el siglo II, la entrada triunfal de Cristo en la Ciudad Santa ha sido considerada una de las grandes afirmaciones del mesianismo.

Se lee, en efecto, en la obra de Justino, Dialogo con Trifón: "La entrada de Jesús en Jerusalén no ha realizado en sí el poder que lo ha hecho cristo, pero ha indicado a los hombres que él era Cristo." Con el tiempo, la conmemoración jerosolimitana creció en importancia y en solemnidad de forma que en el siglo VI era de uso en casi todas las Iglesias orientales, mientras que en Occidente se menciona un siglo más tarde, en las obras de Isidoro de Sevilla (+ 636).


La iconografía

Las primeras representaciones iconográficas de la fiesta, se remontan a mediados del siglo IV, y son esenciales: Cristo a lomos de un asno, a su paso se extienden los mantos y se agitan las ramas en señal de alegría.



Dichas representaciones nos muestran a Cristo sentado "de lado" y no a horcajadas. El motivo debemos buscarlo len la transformación de la representación de "naturalista" a "simbólica", por lo que la cabalgadura se convierte en un "trono" del Cristo-Rey.

En el manual de iconografía de Dionisio de Furná, de alrededor de 1700, ejemplifica la escena tal y como se representa en la ilustración. La estabilidad del esquema iconográfico se debe sobre todo al hecho de que el elemento inspirador ha sido exclusivamente el relato de los Evangelistas.

El Pollino




Los enviados fueron y hallaron el pollino como les dijo. Mientras lo desataban, sus dueños les dijeron: "¿ Por qué desatáis el pollino?" Ellos respondieron: "El Señor lo necesita".

"Cristo -comenta Crisóstomo- en esta ocasión realiza dos profecías: una mediante sus actos y la otra con sus palabra. realiza la primer montando una burra, y la segunda realizando las palabras del profeta Zacarías que había predicho que el rey habría montado en un asno. Y realizando la antigua profecía da comienzo a una nueva era prefigurando con sus actos lo que habría ocurrido después. Es decir, Cristo aquí preanuncia la llamada a los gentiles, que hasta ahora han vivido como animales impuros; junto a ellos Él descansará y estos vendrán a Él y le seguirán. Así la realización de una profecía marca el inicio de otra." "Tú, asido al pollino - se canta en uno de los himnos de la fiesta-, prefiguras la conversión de las gentes indomables de la incredulidad a la fe."

El asno representa el elemento instintivo del hombre, una vida desarrollada toda ella en el plano terrestre y sensual. Simbólicamente por tanto el espíritu debe "montar sobre la materia, como Cristo hace sobre el asno. La teología "monta", está por encima de cualquier conocimiento humano y sensible.

Crisóstomo dice que "aquí el pollino representa a la Iglesia y al pueblo nuevo que hasta entonces era impuro y se hace puro cuando Jesús se sienta sobre él. Notad aquí como se mantiene la relación entre la imagen y la realidad. Los Apóstoles desatan a los animales: pues son los Apóstoles lo que han llamado a los judíos como a nosotros a la fe, y por ellos hemos sido conducidos a Cristo."

Las montañas




"Quien confía en el Señor -dice el salmista- es como el monte Sión: no vacila, está asentado para siempre. Los montes ciñen Jerusalén y así circunda el Señor a su pueblo ahora y por siempre."


La montaña que se yergue generalmente a la izquierda es el Monte de los Olivos, del que Jesús bajó para entrar en Jerusalén; no obstante, sus significados simbólicos son numerosos. Cuando en la cumbre presenta dos cimas, se quiere evocar el motivo de la doble naturaleza de Cristo: la divina y la humana. En cualquier caso es la montaña mesiánica, la Sión santa, "madre de todos los pueblos", morada divina. que el Salmista había celebrado, como residencia del rey de Israel y lugar del templo, en el corazón de la antigua Jerusalén, y de la que el profeta Isaías había dicho: "El monte de la casa del Señor será establecido como cabeza de los montes, y será ensalzado sobre los collados. (...) Él alzará su mano sobre el monte de la hija de Sión."

La montaña, en los iconos está frente a Jerusalén, se yergue y se despliega en toda su mole, ocupando un espacio visual mayor que la ciudad; por sus laderas se ve bajar al Señor y sus discípulos hacia Jerusalén, la ciudad encerrada en sus murallas.


Los discípulos




En algunas representaciones Cristo mira a los Apóstoles, el pueblo nuevo, y ellos realizan un gesto de bendición típicamente sacerdotal: "pues son los Apóstoles los que han llamado a los judíos como a nosotros a la fe, y por ellos hemos sido conducidos a Cristo."


Por un momento, antes del escándalo de la Pasión, son protagonistas y partícipes del triunfo del Maestro. Han ejecutado sus ordenes, han puesto sus mantos sobre el asno, lo han aclamado con sus cantos, antes de la futura dispersión, y gozan por la revelación mesiánica de su Maestro, pregustando un triunfo que no será definitivo ni a su medida.

En el flanco de la montaña se abre un antro del que parecen salir los Apóstoles que siguen a Cristo. Representa la cueva del Monte de los Olivos "en la que enseñaba el Señor", como se puede leer en el Diario de Egeria. La gruta es una vorágine negra, que representa a las tinieblas. Y los discípulos encarnan al pueblo que caminaba en tinieblas y que vio una gran luz, "sobre los que habitan en la tierra de sombras de muerte."

Ellos son el pueblo nuevo, "el cortejo del Cristo-Rey, sacerdote y víctima, que aparece entre los fieles".

"Antes era la noche -escribe el teólogo Nicolás Cabasilas (1320-1390)- cuando la impotencia era absoluta y ninguno sabía donde caminar, reinando aún la noche sobre la tierra: quien camina en las tinieblas no sabe a donde va."

"Multiplicaste la alegría, has hecho grande el júbilo -profetizó Isaías-. gozan ante ti, como gozan los que recogen mies, como se alegran los que se reparten la presa (...) porque (...) tiene sobre los hombros la soberanía y se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz."

Y mientras Jesús se acercaba a la bajada del Monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, exultante, comenzó a loar a Dios en voz alta, se lee en el Evangelio de Lucas.


La Palmera




En el centro de las representaciones, se hallan Cristo, y sobre el fondo, la palmera de la que los niños sacan ramas para festejar al Hijo de David. En Jerusalén, aún a mediados del siglo IV, una tradición local indicaba la palmera de la cual habían sido cortadas la ramas para aclamar a Cristo. La presencia de la palmera, sin embargo, no es tanto el recuerdo de un hecho histórico sino un elemento simbólico. "Y brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago. Sobre el que se posará el espíritu del Señor. (...) En aquel día el renuevo de la raíz de Jesé se alzará como estandarte para los pueblos...." 


La palmera es una imagen mesiánica: llena el vacío entre el monte de Dios -la Divinidad- y la ciudad -la humanidad.

Cristo




Solo el Cristo lleva nimbo. Pues Él es el único Santo: "Yo soy Aquél que soy", como se lee en los brazos de su nimbo crucífero. Su túnica es púrpura regia y su manto azul dorado, porque la púrpura de su carne -su humildad- ha sido envuelta por su divinidad.


Tiene entre las manos el rollo de nuestras deudas "el documento escrito de nuestra deuda, cuyas condiciones nos eran desfavorables".


Cristo está sentado de forma innatural sobre el pollino. Está sentado en el trono del Rey pacífico y manso; y su mirada triste, vuelta al pueblo que le acoge, parece reproducir las palabras de Romano el Meloda: "Me estoy acercando a tu entrada: Te rechazaré, te renegaré, no porque te odie, sino porque advierto tu odio hacia mi y hacia los míos".



Jesús se acerca como Esposo. la liturgia oriental hace resonar el tropario: "Que viene el esposo, salid a recibirlo" Una exhortación a la vigilancia y una palabra reveladora de la situación de Jesús que va a dar la vida por su Esposa, la iglesia.


Los niños




Su pequeñez contrasta en el icono con las medidas de los otros personajes; son los pequeños del Reino que Jesús defiende en sus aclamaciones. Es el triunfo de la inocencia, la elocuencia de los niños, la manifestación de los que acogen el Reino con su sencillez. 

El Domingo de Ramos es la fiesta de los niños y la iconografía dedica a ellos gran atención. Ellos no se preguntan: "¿Quien es éste?"; son, en cambio, lo que con sus gritos: "Hosanna al Hijo de David" suscitaron la indignación de escribas y fariseos.


El episodio de los niños que van al encuentro del Señor con los ramos no está reflejado en los Evangelios, por lo que se trata de una tradición local. 

Los niños entonces realizan la profecía del rey David: "Por la boca de los niños y de los que maman has dado argumento contra tus adversarios para reducir al silencio al enemigo y al rebelde."


El Pueblo




Frente a Jesús está el grupo de los habitantes de Jerusalén. No todos son enemigos. pero su actitud hierática y su rostro adusto parecen identificarse con la recriminación que algunos le hacen, pidiendo que haga callar a los niños. Jesús es signo de contradicción. El ingreso que ha organizado en la ciudad Santa, en un tiempo en que se junta mucha gente por la Pascua, su tolerancia ante las aclamaciones mesiánicas, es una autentica provocación.


El grupo, a la entrada de la ciudad santa, parece representar esa actitud de hostilidad, de rechazo y finalmente de condena con que Jesús será sacado de esa ciudad en la que entra solemnemente, cargado con la cruz de la ignominia y de la muerte.

Volvamos la vista al icono, contemplemos al Señor sentado en el asno, y recordemos que es el Rey, el Siervo, el Esposo, el Mesías. El icono proyecta en el futuro la imagen del crucificado y del Resucitado.

Fuente: mercaba.org




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