Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea por alcanzar devoción o por la necesidad que tengo de buscarte, porque no hay hombre que me consuele, entonces con razón, podría yo esperar en tu gracia, y alegrarme con el don de la nueva consolación. Gracias sean dadas a Ti, de quien viene todo, siempre que me sucede algún bien. Porque delante de Ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco. ¿De dónde, pues, me puedo gloriar, o por qué deseo ser estimado? ¿Por ventura de la nada? Esto es vanísimo. Verdaderamente, la gloria frívola es una verdadera peste y grandísima vanidad; porque nos aparta de la verdadera gloria y nos despoja de la gracia celestial. Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a Ti; cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en Ti y no en sí; gozarse en tu nombre, y no en su propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna, sino por Ti. Sea alabado tu nombre, y no el mío; engrandecidas sean tus obras, y no las mías; bendito sea tu santo nombre, y no me sea a mí atribuida parte alguna de las alabanzas de los hombres. Tú eres mi gloria. Tú eres la alegría de mi corazón. En Ti me gloriaré y ensalzaré todos los días; mas de mi parte no hay de qué, sino de mis flaquezas. |
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